Hay familias marcadas por la desgracia y todos nos compadecemos cuando vemos una y otra vez caer a los miembros de la misma como si fueran piezas de dominó ante un destino cruel. Familias donde predominan los suicidios, los asesinatos, las muertes por enfermedades terminales, los accidentes de tránsito.
Lo extraño es ver como muchas veces se produce una especie de contagio familiar y lo que hubiera quedado como una tragedia individual se apropia de todo el sistema y se convierte en un destino trágico de la familia. El hijo que muere alcohólico tras la muerte de su padre también alcohólico. La hija que pierde a su esposo de una enfermedad terminal igual que murió su padre, de estos hay cientos de casos. Podemos pensar en múltiples variables que influyen en que estos hechos tengan lugar. Se habla de factores socioeconómicos, culturales y hasta genéticos. En lo personal considero que influyen en un porcentaje alto pero son una condición necesaria y no suficiente para marcar el sendero del sufrimiento y la muerte prematura en los miembros de una familia.
¿Cómo explicamos entonces lo que no podemos comprender, lo que no vemos a la luz de nuestro análisis racional de la evidencia observable? ¿Será el destino? ¿Será que nuestra libertad de acción está limitada por quienes vivieron antes que nosotros en nuestra familia? ¿Será que estamos atados a un guion de vida que debemos seguir y en el que está escrita nuestra felicidad o nuestro sufrimiento? Mucho se ha escrito sobre estas preguntas acerca del destino y la realidad es que si en psicología creyéramos en el determinismo de lo que viene estaríamos perdiendo el tiempo en el consultorio, ya que todo está escrito.
No obstante se negoció el determinismo con los condicionamientos familiares. Se vio que estamos condicionados por el lugar donde nacimos, la familia que tenemos, sus valores, sus comportamientos, el trato que recibimos desde niños, entre otras cosas. Somos seres condicionados por nuestra pertenencia a un sistema familiar determinado, a una sociedad, a un país. No somos tan libres ni estamos totalmente atados. Esta es una idea ya bastante fuerte dentro de la psicología. Lo que aún sigue siendo un gran interrogante es hasta donde somos tomados por esas implicancias familiares cuánto queda libre y cuántos de nuestros comportamientos quedan pegados a la situación familiar en las que nos tocó nacer?
Hellinger ha tocado este tema en varias de sus conferencias y trabajos en constelaciones y lo considera central a la hora de entender el sufrimiento de la persona, su enfermedad, ya sea psíquica u orgánica. El grado de implicancia que tiene la persona es directamente proporcional a su nivel de patología, o a su destino personal trágico. La neurosis ha explicado muchos de los comportamientos repetitivos y el trabajo sobre la personalidad, el ego, es crucial para obtener una mayor libertad en las elecciones personales, pero no alcanza. ¿Cuántas personas han buceado en su interior, han repensado su historia, han encontrado sus puntos ciegos, se han esforzado por liberarse de la tiranía del ego y aún siguen chocando contra obstáculos insalvables que se repiten ajenos a la voluntad individual?
Cuando la implicancia es fuerte, no es posible disolver las alianzas con nuestro sistema familiar. Y es ahí donde la mirada debe expandirse y llegar a nuestros antepasados, nuestros padres, abuelos, bisabuelos, La historia de nuestra familia, la historia de cada uno de sus integrantes, quién ha quedado fuera, quién no ha sido reconocido, quién necesita ser compensado, quién necesita ser llorado, quién necesita ser visto, quién clama por venganza, cuáles son nuestros secretos familiares, cuál ha sido su costo a lo largo de generaciones?
Un nuevo mundo debe abrirse ante nuestros ojos. Para mirar hacia delante libremente debemos mirar nuestras ataduras, nuestra lealtad con la familia de origen. A quién estamos siguiendo? Qué lugar ocupamos en este complejo sistema que es la familia? Qué queremos demostrar con nuestro sufrimiento? A quién mira nuestra enfermedad? A quién rendimos culto? Revisar estas preguntas puede ser clave para nuestro futuro y el de nuestros hijos.
La implicancia pasa a través de generaciones. Es nuestra responsabilidad hacer algo con ella, por lo menos verla y reconocerla, cargarla conscientemente. Paradójicamente este el primer paso para la liberación.
El hijo alcohólico mira al padre alcohólico a los ojos y le dice con un profundo respeto: Yo lo cargo, y lo hago con amor. Parece raro, contrario a la solución, pero es el camino del reconocimiento de la implicancia, que también es el reconocimiento de la vida que nos fue dada a través de nuestros padres, abuelos, bisabuelos, con todo lo bueno y todo lo malo, con toda la alegría y todo el dolor. Solo a través de asumir esta responsabilidad podemos ser más libres. Estaremos dando el primer paso, el primer impulso hacia una vida más plena.
Lic. en Psic. Ter. Gest. María Fernández